En algún momento de nuestra vida, todos experimentamos acontecimientos que quedarán documentados en los libros de historia. El 6 de enero de 2021 fue uno de esos días.
Fue impactante y triste ver a numerosos grupos de personas que saltaban por encima de las barricadas y forzaban su entrada por las puertas y ventanas del Capitolio de los Estados Unidos. Se pidió a los funcionarios elegidos y a los miembros del personal que se resguardaran en su respectivo lugar por un tiempo, por desconocerse lo que podrían enfrentar a medida que la multitud invadía el edificio. La policía del Capitolio quedó abrumadoramente superada en número mientras los funcionarios elegidos trabajaban por cumplir con su deber fundamental de certificar los resultados del Colegio Electoral como lo manda la Constitución. Trágicamente, por causa del asalto, murieron cuatro civiles y un agente de la policía del Capitolio. Rezamos por ellos y por sus familias.
Se pasó por alto el respeto mutuo que debemos tener por la ley y el orden. En lugar de ser tratados con respeto por el trabajo inherentemente noble que se les confió, en muchos casos, los agentes de policía y del gobierno federal que estaban dentro del Capitolio y en sus alrededores fueron atacados, lesionados y acosados durante el cumplimiento de su deber. Todos debemos expresarles nuestro agradecimiento por su valor y servicio.
Todos corremos un grave peligro cuando el Capitolio de los Estados Unidos y el proceso constitucional que es el centro de nuestra democracia son el blanco de ataques violentos y de ilegalidad. En muchas formas, con el impulso de las redes sociales y los medios de comunicación, a lo cual se suma un discurso hostil en todo nivel, los Estados Unidos de América han decaído en la forma que nos tratamos los unos a los otros y sencillamente se han manifestado de la forma más perniciosa en el campo político.
Ruego que ninguno de nosotros vuelva a presenciar jamás esa clase de acontecimientos. Sin embargo, después de un año de violencia y caos, sería un trágico error pensar en salir de este suceso reemplazándolo con otra manifestación airada y violenta. Por desgracia, vimos esta clase de comportamiento el año pasado cuando se perpetraron ataques contra empresas privadas, edificios federales y capitolios estatales. Sin embargo, la semana pasada trajo un nuevo y simbólico espiral descendente por causa del lugar y de la ocasión del asalto. Como consecuencia, debemos reflexionar sobre lo que eso significa y cómo podemos evitarlo de aquí en adelante.
Por bastante tiempo, ha habido tensiones numerosas y cada vez mayores en nuestro país y la Nación busca desesperadamente salir de este espiral descendente. Como hombres y mujeres de fe, ¡tenemos la respuesta! Sabemos qué se necesita para encaminar a esta gran Nación en el sentido correcto. La respuesta está en Jesucristo y en la verdad de su Evangelio y debemos dar testimonio de su verdad para lograr la conversión y la civilidad que necesita este país. Debemos ver a Cristo en nuestro prójimo y, particularmente cuando estemos en desacuerdo, demostrar respeto y amor. También debemos ser instrumentos de sanación, reconciliación y paz.
El interrogante no radica en determinar si hay un desacuerdo serio y vehemente dentro de las cámaras legislativas, las alcaldías, los consejos municipales, las juntas escolares y las asociaciones comunitarias de nuestro país. Seguramente eso sucederá y debe suceder. El interrogante radica en determinar si todos obramos dentro de los principios apropiados que rigen la forma de tratarnos los unos a los otros.
San Juan, el Evangelista, cita verdades muy aleccionadoras de la forma en que nuestro amor por el prójimo refleja nuestro amor por Dios. “Queridos hermanos, nosotros amamos porque Dios nos amó primero. El que dice Amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso” (1 Juan 4:19). Sencillamente, no podemos albergar odio en nuestro corazón y amar a Dios al mismo tiempo. Esas dos cosas son incompatibles entre sí.
En la Sagrada Escritura, Jesús dice: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto, todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”. (Juan 13:34-35). En las redes sociales, en la calle y durante una protesta pacífica, mostrémosles a otros a quién pertenecemos por nuestra forma de amar, obrar y hablar.
Cuando sentimos indignación por un acontecimiento en el campo político, debemos pensar como Cristo y enfrentar el momento con convicción y amor. No comprometamos nunca nuestras creencias ni aceptemos el mal y la injusticia. Sin embargo, siempre debemos estar dispuestos a escuchar a nuestros hermanos y hermanas y a demostrarles que los amamos. No basta tener amor en nuestro corazón; también debemos actuar con amor porque como nos dice San Pablo “el amor nunca falla”.
Les pido a todos los católicos de la Diócesis de Arlington y a las personas de buena voluntad que se unan con sus familias para rezar regularmente por este país. Sabemos que Nuestro Señor Jesús, que voluntariamente dio su vida por nosotros, puede resolver y sanar cualquier lucha o dolor que experimentemos. Que siempre nos refugiemos en sus brazos divinos y apacibles al caminar humildemente con nuestro Dios.
January 11, 2021