Mes de junio
Consagrado al Sagrado Corazón de Jesús
(P. Morales)
Día 1. Corazón de Jesús, Fuente de Vida y Santidad.
Nos miraste un día, como al joven del Evangelio con la invitación suprema en Tu mirada. Nos llamaste para ir siempre Contigo y trabajar Contigo, siguiéndote en la pena y en la gloria.
Concédenos vivir siempre respondiendo a Tu llamamiento en esta comunidad que llevas tan dentro de Tu Corazón. Concédenos vivir el carisma que esperas que vivamos. Es el que Tú has escogido para que Te sirvamos.
Haz que, fieles a la auténtica savia de nuestras Reglas, procuremos llegar a donde nuestros santos fundadores y protectores llegaron, o más adelante con Tu ayuda. Que tratemos eficazmente de estar a la altura de su espíritu, de su doctrina y de su abandono en Dios Padre. Enséñanos a Vivir con alegría sus virtudes de disciplina y servicio.
Así actuaremos en caridad, con sencillez y eficacia, viviendo el espíritu que nos regalas, nacido para la disponibilidad y el silencio después de cada misión cumplida.
Así será realidad en cada hora nuestra dedicación a la perfección propia y ajena.
—L.: Corazón de Jesús, Fuente de Vida y Santidad.
—T.: En Ti confiamos.
Día 2. Corazón de Jesús, Deseo de los collados eternos.
Tus delicias las tienes en estar con los hijos de los hombres. Corazón de Amigo que nos das Tu presencia, Tus palabras, Tu vida y Tu muerte. Nos dejas Tu Madre, Tu Eucaristía y Tu Espíritu. Te entregas por nosotros hasta la sangre, el sudor y las lágrimas. Y llegas hasta suplicarme, Tú, la Sabiduría, la Belleza y el Poder infinitos: «He aquí este Corazón, que tanto ha amado a los hombres... tú, al menos, ámame».
Otórganos comprender lo que significas Tú para nosotros, como cristianos y como consagrados. Sin Ti, nuestra vida es locura. Tú eres para nosotros, más que para nadie, signo de Contradicción. La dulce y terrible disyuntiva: ruina o resurrección, vida o muerte.
Solos, obedientes y vacíos por las promesas absolutas de los votos, Tú eres ya nuestra Única Verdad, nuestro Único Camino, nuestra Única Vida.
Danos ímpetu de generosidad y entrega, sin cálculos ni cobardías, para llegar a amarte como al grande y único Amor de nuestra vida.
Haz que encontremos en Ti, purificadas y jerarquizadas, todas las cosas y personas que amamos. Haznos amarte en todo, en todos, siempre, conforme a Tu Santísima y Divina Voluntad.
— L.: Corazón de Jesús formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre.
—T.: En Ti confiamos.
Día 3. Corazón de Jesús, Horno ardiente de caridad.
Frente al egoísmo de todas las horas, Tú nos inculcas el precepto de amar, como mandamiento nuevo de Tu doctrina, como nuestra credencial de cristianos.
Danos amar con caridad concreta, no anónima, a cada uno de nuestros hermanos. Son hijos del Padre, miembros Tuyos, y sarmientos de Tu Vid.
Tu dijiste: «Mayor felicidad es dar que recibir». Haz que lo entreguemos todo, aun nuestro tiempo e independencia, a la verdadera caridad, dispuestos siempre a las grandes dedicaciones, a los pequeños servicios cotidianos.
Con las almas, danos paciencia y espera incansables. Concédenos el don del acierto, para que nuestro trato con ellas sea siempre comprensivo, firme, delicado. Capaces de llorar con los que lloran, reír con los que ríen. Siempre pacientes y humildes, sin recelos ni suspicacias, sin apegos ni rigidez, sin ambición ni egoísmo. Soportándolo todo, esperándolo todo, concediéndolo todo, siempre mirando a Dios Padre.
Danos la unión con que Tú vives en El, la unión que junta las espigas dispersas en Tu Pan. Haz que esta familia, que nos has dado, al fundirnos en unidad, como a los Tuyos del Cenáculo, sea verdadera familia de amor. Que la caridad, que es Tu perfil en la historia, sea nuestro aire de familia. Unidos con ese vínculo del fraternal amor, nos emplearemos con más eficacia en el servicio de Dios y ayuda de las almas.
— L.: Corazón de Jesús, Horno ardiente de caridad.
— T.: En Ti confiamos.
Día 4. Corazón eucarístico de Jesús, Hostia Santa.
Compartes con nosotros techo y jornada. Palpitas en Tu silenciosa presencia. Corazón hecho Santísimo Manjar, que nos sustentas, aquietas y reposas.
Por una infinita sed de nuestra cercanía, llegas a Tu más estremecedora pequeñez. En vez de hablarnos, distante y sonoro, con voz de muchas aguas, prefieres hacerte asequible, vivir a nuestro lado. Te das al abrazo, a la unión y a la disponibilidad constante. Y, en un momento de confidencias, dijiste que habías instituido este Sacramento por el solo placer de alojarte en un alma. ¡Ansia inexplicable de quedarte con y en nosotros hasta la consumación de los siglos!
Danos a sentir, Señor, este misterio de Tu presencia. Que nuestros pasos giren, imantados, en Tu órbita. Que tu Sagrario sea el rincón amado de nuestra intimidad. En nuestras tardes de desaliento, Te hallaremos siempre compañero de camino, hasta que nuestros ojos, asombrados, Te reconozcan en el partir del Pan.
Ante Ti, tan presente, tan nuestro, traemos en retorno los ácimos de nuestra sinceridad, el pobre vino de nuestras realidades pequeñas. Ponlos, Señor, junto a la ofrenda sacrificial de Tu patena. Al bajar a ella cada día, realiza también en nosotros esa transubstanciación de nuestro ser en Ti, ideal de toda nuestra vida.
— L.: Corazón de Jesús, Sagrario de fas divinas bondades.
— T.: En Ti confiamos.
Día 5. Corazón de Jesús, nacido en desamparo y abandonado de Tus apóstoles.
Corazón saturado de oprobios y triturado por nuestros pecados. Llevas hoy todavía Tus heridas y Tu corona de espinas en los miembros doloridos de Tu Iglesia sufriente. Recibes aún hoy en ellos los azotes de los que Te odian, más dolorosos cuando proceden de consagrados a Ti.
Haz que nos llegue al alma, y allí nos arda como llaga, Tu queja de Dios-Hombre: «¿No habrá nadie que se apiade de Mí, viendo el lastimoso estado en que me ponen los pecadores?» Haz que, mientras haya pecados en el mundo, dolores en Tu Cuerpo Místico, divorcios de almas consagradas, nos duelan la comodidad y la apatía.
No seamos, Señor, ingratos. Aceptemos la suavísima obligación de servirte con amor y procurar la honra de Tu Corazón. Nos aliente recordar que en la soledad del huerto y de la Cruz, tuviste presentes, en Tu ciencia divina, nuestro dolor y nuestro amor reparadores.
Encuéntranos dispuestos siempre a compensar, aun con el martirio, propias y ajenas cobardías y pecados, pues nos haces gracia tan particular en la vocación a que nos llamas, en los deseos que nos inspiras.
— L.: Corazón de Jesús, tabernáculo de amor.
— T.: En Ti confiamos.
Día 6. Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en la tierra virgen de María.
Ella fue para Ti todo lo que encierra esa palabra única, que es música y es mar: Madre. Ella, la más pura, delicada, discreta, bella, profunda, santa.
Nosotros, hijos suyos también, heraldos de Tu Sagrado Corazón, confiamos en Ella. Como discípulos predilectos, aceptamos a María. Es el último y más exquisito don de Tu Corazón moribundo. De Ella recibimos los grandes y pequeños regalos de la vida.
En nuestras horas de soledad, su cálido regazo de Madre nos acoge comprensivo rebosando ternura. Pon, Señor, en sus manos nuestra pureza y nuestra alegría.
Concédenos ser para Ella, Reina y Madre, siempre niños y siempre siervos. Su Mediación nos ponga Contigo, para que por Ella, canal de Tus gracias, nos siga viniendo ese Don Tuyo, manantial de agua viva que salta hasta la vida eterna.
— L.: Corazón de Jesús, consuelo de los que sufren.
— T.: En Ti confiamos.
Día 7. Corazón de Jesús, Fortaleza de los mártires.
Tú afrontaste con invencible constancia toda clase de incomprensiones, persecuciones y sufrimientos. Tú no rehusaste beber el cáliz de la Pasión, a pesar de su horrenda perspectiva de dolores. Ni desertaste de la Cruz, la extrema vivencia del sufrimiento.
Nosotros, soldados que militamos bajo el estandarte de esa Cruz, queremos Tu fortaleza en nuestra lucha. Danos ánimo viril y esforzado, con el que sepamos arriesgar la vida por Tu amor, ser siempre cruzados portadores de la Cruz.
Injerta en nosotros Tu valor y Tu audacia, Capitán de los mártires, para que no temamos a los que sólo pueden matar el cuerpo, para ser «retoños de Tu cruz», «hijos del Calvario».
Enséñanos a saber dejarle a cada día su dolor. A no contar, para el corazón, el espíritu y el cuerpo, más que con el pan de cada día. A vivir sólo el ahora, pues «de momento a momento se puede aguantar mucho. Nos desanimamos, o desesperamos, porque pensamos en el pasado o en el porvenir».
Armados así con Tu fortaleza, lucharemos las batallas de Tu Reino, y no perderemos punto de perfección en los pequeños combates de la vida cotidiana. Tú nos invitas desde Arriba a compartir Tu gloria, y Tú nos das aquí la fuerza de la paciencia.
—L.: Corazón de Jesús, descanso en la lucha.
—T.: En Ti confiamos.
Día 8. Corazón de Jesús, en Quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.
Maestro bueno, Tú nos abres los más dilatados horizontes de santidad. Luz del mundo, Tú iluminas a todos los hombres con Tus palabras de Vida Eterna.
Nosotros, sedientos de la Verdad, hijos de la Luz, venimos a Ti, Fuente de las aguas. Concédenos ese Espíritu de Verdad, que el mundo no puede recibir.
Haz que brille nuestra luz en medio de los hombres. Ella nos guiará hasta Ti a través de este mundo tan atormentado por la duda, tan ciego para descubrir los caminos de su felicidad.
Ayúdanos a adquirir incansables la ciencia necesaria. Danos el don de Tu sabiduría. Líbranos de la fácil condescendencia con el conformismo ideológico y práctico que nos envuelve. Concédenos Tu fortaleza para rechazar la cobarde sugerencia de que para ser moderno hay que comportarse como los demás.
Queremos ser consecuentes con Tu doctrina. Tu Verdad nos hace libres del error y de la cobardía. No seremos sordos a Tus continuos llamamientos, mas prestos y diligentes para cumplir Tu santísima voluntad.
—L.: Corazón de Jesús, en Quien están escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia.
—T.: En Ti confiamos.
Día 9. Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes.
Tú trajiste la guerra al mundo. Con Tu vida y Tu doctrina eres su antítesis más radical. Tú no quisiste rogar por el mundo en Tu oración sacerdotal, y suplicaste al Padre preservase de él a Tus discípulos.
Nosotros queremos señalarnos en el amor a Tu Corazón. Nos exiges un espíritu contrario al mundano, a la concupiscencia de ojos, carne y soberbia de la vida.
Danos ser hombres crucificados al mundo, y para quienes el mundo está crucificado. Tenemos que vivir en él sin ser de él, pero que no nos contagie su molicie, que no nos traicione el deseo de agradarle.
Líbranos de que el momento, grato o amargo, de su contacto nos enturbie la perspectiva de eternidad, oscurezca las grandes realidades de la fe.
Enséñanos a ser, para vencerlo, tan infatigables como él. No lo temeremos, pues Tú lo has vencido.
Haz que aborrezcamos, en todo y no en parte, cuanto él ama y abraza, admitiendo y deseando, con todas las fuerzas posibles, cuanto Tú has amado y abrazado.
— L.: Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes.
— T.: En Ti confiamos.
Día 10. Corazón de Jesús, único Maestro veraz.
Tú nos exhortas a guardarnos de los falsos profetas, que vienen a nosotros con piel de oveja.
Nuestra vida es continuada disyuntiva de Dos Banderas. Tú nos previenes para no creer ligeramente a todo espíritu, porque Satanás, transformado en ángel de luz, quiere llevarnos al error y corromper nuestros nobles pensamientos.
Unge nuestros ojos con Tu prudencia. No nos dejes ofuscar por los que difuminan la singularidad divina de Tus heroísmos, y pretenden recortar las aristas agudas del edificio espiritual de nuestra comunidad.
Danos Tu sentir contra esta prudencia calculadora y engañosa. Haz que estemos siempre en Tu Verdad, que es vivir en Ti, nuestra heredad.
Concédenos también realizar la difícil síntesis de dos extremos aparentemente contradictorios: naturaleza y gracia, temor y amor, paloma y serpiente, acción y contemplación, iniciativa y obediencia, perennidad y actualidad.
Danos, para conseguirlo, discernimiento de los engaños del enemigo, y ayuda para guardarnos de ellos. Danos conocimiento de la Vida verdadera que Tú, Rey Eterno y Señor Universal, nos muestras, y gracia para imitarte.
— L.: Corazón de Jesús, Luz del mundo.
— T.: En Ti confiamos.
Día 11. Corazón de Jesús, hecho semejante a nosotros en todo menos en el pecado.
Cordero de Dios, Tú quitas los pecados del mundo, los cargas sobre Ti para expiarlos. Pontífice santo, que confiesas ser todo puro y no admites mancha alguna.
Llenos de vergüenza y confusión, acudimos a Ti como el leproso del Evangelio y Te suplicamos: «Señor, si quieres, puedes limpiarme».
Alcánzanos del Padre interno conocimiento de nuestros pecados, aborrecimiento de ellos y profundo sentimiento del desorden de nuestras operaciones.
Concédenos vivir con plenitud sólo el momento presente, sin dejarnos llevar del activismo desbordante. Así, la familiaridad con la muerte, el recuerdo del infierno, y sobre todo la presencia de Tu Pasión inolvidable, nos centrarán en la realidad, nos encerrarán en Tu Corazón, refugio siempre abierto de salvación.
Destierra de nuestro corazón todo desorden y culpa. Ni por todo lo creado, ni aunque la vida nos quitasen, seamos en deliberar de hacer un solo pecado.
Como a nuestros hermanos alejados de Ti, Señor, danos Tu mirada de redención y de esperanza. Odiemos en ellos el pecado, pero no al pecador, posible coheredero con nosotros del cielo. Enséñanos a acogerlos con entrañas de misericordia, como a hijos Tuyos pródigos.
—L.: Corazón de Jesús, Hermano nuestro.
—T.: En Ti confiamos.
Día 12. Corazón de Jesús, alma y vida de nuestra pequeña comunidad.
Corazón de Padre, que diste el ser a nuestra familia. Los mismos rasgos de Tu Vida apostólica quieres imprimir en nosotros.
Cuando nuestra familia empieza a extenderse por el mundo, y somos ya ante Ti como un hijo que al crecer empieza a entender el pleno sentido de Tu don, Te complaces en legarnos Tu herencia, lo mejor que hay en Ti, Tú mismo, Corazón de Cristo.
Tú has sido el único fermento de nuestro pan, la médula y nervio de nuestras almas, el grano de mostaza, esperanza de infinitas eficacias, enterrada en esta nuestra nada. Nos has elegido, no por lo que somos, sino por lo que no somos. Así tienes dónde colocar Tu grandeza y bondad.
Enséñanos a comprender que lo que más Te agrada es el amor que sentimos a nuestra pequeñez y pobreza, es la esperanza ciega que tenemos en Tu misericordia.
Haz que así correspondamos a esa inolvidable predilección Tuya de padre, al confiarnos el yugo suavísimo, acogido con todo entusiasmo por nosotros, de abrir caminos en el mundo para Tu último esfuerzo redentor.
— L.: Corazón de Jesús, alma y vida de la Cruzada.
— T.: En Ti confiamos.
Día 13. Corazón de Jesús, en Quien habita la plenitud de la Divinidad.
Buscaste con avidez la desnuda pobreza de Belén, y el despojo del Calvario. Corazón de obrero que viviste de Tu trabajo en el taller, y de la limosna en el apostolado.
Al contemplar entre aquel pesebre y esa cruz Tu vida toda a la intemperie, sin tener donde reclinar la cabeza, nos urge el anhelo de ser como Tú. Queremos ser pobres Contigo pobre.
Danos, como a Santa Teresa, absoluto desprendimiento de todos los bienes terrenos. «Viendo a mi Señor tan pobre y desnudo en la cruz, no podía sufrir ser rica». No queremos confiar en la tierra, para esperarlo todo del cielo.
Ayúdanos a ser consecuentes con esa promesa de soledad entre las cosas, teniendo una confianza de aves y lirios en Tu Providencia. Para venir a poseerlo todo, no queremos poseer algo en nada, pues si queremos tener algo en todo, no tenemos puro en Dios nuestro tesoro.
Líbranos de la previsión pagana, del deseo de estar instalados. Queremos un trabajo austero, ordenado, sobrio, sin avaricia. Queremos abandonarnos en Tus manos paternales, «confiados en la gran bondad de Dios, que nunca deja de ayudar a quien por Él se determina a dejarlo todo».
Así amaremos la pobreza como madre, y la defenderemos como firme muro de nuestra vida entregada.
— L.: Corazón de Jesús, en Quien habita la plenitud de la Divinidad.
— T.: En Ti confiamos.
Día 14. Corazón varonil y limpísimo de Jesús.
Tú escogiste por Madre a una Virgen, y por confidente a un corazón intacto y puro. Alcánzanos un corazón torturado por la mayor gloria de Dios, despegado de todo afecto de tierra, que con la fragancia de su pureza arrastre almas al cielo.
Las manos de Tu Madre bendita, Virgen de vírgenes, modelarán en nosotros un corazón puro, desprendido de «amorcejos», de «esotras afecciones bajas que tienen usurpado el nombre» al verdadero amor.
Danos, Corazón Santísimo, un alma pura, pues sólo el limpio de corazón en todas las cosas halla «noticia de Dios gozosa y gustosa, casta, pura y espiritual, alegre y amorosa».
Si quieres llegar a poseer a Cristo, jamás le busques sin la cruz. La virginidad es glorioso martirio. Martirio sin sangre, pero clave de la fecundidad apostólica. No hay redención de almas sin efusión de sangre.
Corazón de Jesús, Tú mismo quieres ser nuestra «riqueza, consuelo y gozo deleitable». Por eso, quieres que el alma entregada a Ti «haya acabado con todo, y que todo haya acabado para ella».
Alcánzanos, Corazón Sagrado de Jesús, corazón virginal en soledad martirial. Tú, que por mí Te clavaste en la cruz, clávate por entero en mi corazón, para que las almas Te conozcan a Ti, único Dios verdadero.
—L.: Corazón de Jesús, Amigo incomparable.
—T.: En Ti confiamos.
Día 15. Corazón de Jesús, obediencia oculta y sumisa en Nazaret.
Obediencia martirial hasta la muerte de cruz. Frente al ansia desbordada de independencia, nos presentas la obediencia como Tu virtud preferida.
Concédenos proceder con el amor y alegría de quien encuentra en obedecerte la máxima libertad, la plena realización.
En todas las órdenes, gratas o difíciles, enséñanos a descubrirte a Ti, oculto en el gesto y la voz del que nos manda. Es la manifestación concreta y actual de Tu voluntad. Por eso nuestra fe se hace obediencia.
Danos fuerza para hacernos indiferentes a todas las cosas creadas. No con indiferencia estoica ni con amargura, sino con indiferencia ignaciana, llena de iniciativa y docilidad.
Así, pondremos toda la intención y fuerza en que nuestra obediencia sea siempre en todo perfecta. Mereceremos gustar de esa paz y tranquilidad del que obedece y se siente guiado por Ti, Buen Pastor, que conduces por los caminos rectos. Nuestra comunidad «será un cielo, si lo puede haber en la tierra», pues «se contenta con sólo contentar a Dios, y no hace caso de contento suyo».
— L.: Corazón de Jesús, obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
— T.: En Ti confiamos.
Día 16. Corazón de Jesús, Consuelo de los que sufren.
Exiges de Tus verdaderos discípulos la negación de sí mismos, la aceptación diaria de la cruz y el vencimiento completo de todas sus repugnancias y pasiones.
Levanta en nuestro corazón, que aspira a centrarse sólo en Tu voluntad y en Tu gloria, un incansable anhelo de renuncias.
Ayúdanos a superar estados de ánimo, a morir a nosotros mismos para creer y vivir en Ti.
Enséñanos a aceptar Tus caminos. «Tú llevas a cada uno como ves que es menester». Todo sufrimiento que me mandas es un beso Tuyo. Tú eres Vida Divina. «Nunca matas sino para dar vida. Nunca llagas sino para sanar».
Fortifícanos para superar nuestro amor carnal y mundano, pues «tanto más aprovecharemos en todas cosas espirituales cuanto más salgamos de nuestro propio amor, querer e interés».
Así, oiremos Tus palabras: «Cuanto más desaparezcas, más seré Yo tu vida y tú serás Mi cielo donde descansaré... Si Me agradas es por tu pequeñez. No te pido más que amor y abandono»,
—L.: Corazón de Jesús, Consuelo de los que sufren.
—T.: En Ti confiamos.
Día 17. Corazón de Jesús, Fortaleza de los mártires.
Nosotros aceptamos la Trinidad y la Eucaristía con amor y sin escándalo. Pero hay un misterio Tuyo, el misterio de la Cruz, ante el que sentimos un estremecimiento de rebeldía.
Tú, varón de dolores, hecho al desierto, al odio, la sed y la intemperie. Tú, con las privaciones de Tu vida apostólica y el exceso de Tu Viernes Santo, trazas unos caminos nuevos, desconcertantes. Haznos comprender el sentido del dolor. Eso nuestro, tan nuestro, que tiene el insospechado destino de completar tu Pasión, de colmar en nosotros lo que falta a Tus sufrimientos en bien del Cuerpo Místico que es Tu Iglesia.
Ayúdanos, Señor. Queremos palpitar al ritmo de Tu Corazón traspasado, al ritmo de esta hora de dolor y lucha que vive Tu mundo.
Otórganos aceptar gozosos toda la dureza de nuestra vida de apóstoles, indeclinables en nuestras renuncias, austeros nosotros mismos, predicadores de penitencia en sencillez y amor.
Unidos a Ti, Hostia Pura, Santa e Inmaculada, con nuestra mayor y constante mortificación en todas cosas posibles, haremos de nosotros un sacrificio continuo a gloria Tuya y salvación del prójimo.
— L.: Corazón de Jesús, Fortaleza de los mártires.
— T.: En Ti confiamos.
Día 18. Corazón de Jesús, desapareciendo en un taller de aldea, mientras el mundo todo Te esperaba.
Corazón de Cristo escondido, El de la anónima infancia, El de la soledad de Nazaret, El del desierto. Corazón de Jesús, mudo ante Herodes, supremo silencio en la Cruz.
Nosotros, que no contamos con la eternidad, tenemos prisa. Nos cuesta comprender la formidable fecundidad del escondimiento.
Danos a entender Tu estilo divino, incomprensible. Ese estilo Tuyo, que exige, como clave de apostolado, la desintegración silenciosa del grano de trigo. No puedes hallar una cosa escondida sino escondiéndote con ella en el escondrijo en que está. Dios vive en el centro más profundo de tu alma. Si te alejas del ruido, quedas escondido con Él, «le amarás y gozarás en escondido, y te deleitarás en escondido con El».
Tus manos divinas tienen entre sus dedos los hilos de nuestras vidas. Cuando nos escondan, haz, Señor, que en aquella aparente infecundidad hallemos nuestro taller de Nazaret, nuestro desierto de Pablo, nuestra cueva de Manresa, nuestro monte Albernia.
Jesús de Nazaret. Tu vida oculta es tan fecunda y activa como la que se desarrolla en el fondo del océano en las horas de calma aparente. Enséñame que el silencio es la primera palabra de todo diálogo fecundo.
Danos morir briosamente, sin regateos, en oscuridad y silencio fecundos, cimientos de Tu Reino, esas pequeñas y grandes muertes que tiene la vida.
—L.: Corazón de Jesús, saturado de oprobios.
—T.: En Ti confiamos.
Día 19. Corazón de Jesús. Tú viniste a servir. Pudiendo elegirlo todo, escogiste ser humillado y menospreciado.
En nuestros derechos heridos, en nuestras vanidades, haz que recordemos el anonadamiento Tuyo y las palabras grabadas en Tu Corazón: «El amor triunfa en la humildad».
Al movernos en las cumbres misteriosas del espíritu y al realizar en las almas una labor que no es nuestra, sino Tuya, convéncenos de nuestra nada. Así «andaremos en verdad», aceptaremos con alegría nuestra pequeñez y miseria.
Tú «utilizas las personas más débiles para confundir a los fuertes». «Quiero servirme de ti, no por tus méritos, sino para que se vea cómo Mi Poder se sirve de instrumentos miserables».
Otórganos aceptar sonrientes y serenos toda nuestra culpa y debilidad. No refugiarnos en cómodos complejos de incomprendido y víctima. Haznos vivir persuadidos de que «para enamorarse Dios del alma no pone los ojos en su grandeza, sino en la grandeza de su humildad».
Enséñanos a seguirte vistiéndonos Tu misma vestidura y librea. Quiero recibir humillaciones como el pan de mi alma, pues de este pan Tú te mantienes, y el alma así amasada la llena de Tu puro amor.
—L.: Corazón de Jesús, Abismo de humildad.
—T.: En Ti confiamos.
Día 20. Corazón de Jesús, adorando siempre al Padre.
Tu Reino, combatido siempre, sufre hoy un «asalto total». Nos exige acción urgente, continua. Nos acercamos suplicantes como aquel discípulo del Evangelio y Te decimos: Enséñanos a orar.
Cimentar en Tu Corazón nuestro mundo de hoy y de mañana necesita un arrollador empuje de vida interior. Sin esa vida todo apostolado es infecundo.
Tú, con insistencia, pedías a Santa Margarita Te preparase un lugar apartado en su corazón. Haz del nuestro embalse de Tu Espíritu. Así, rebosantes de Ti, podremos desbordarte en un mundo que no cree, ni espera, ni ama.
Concédenos una vida exterior reflejo de nuestra unión Contigo. Entregados y consumiéndonos por las almas, apreciaremos más las cosas espirituales, que juntan el instrumento Contigo, no nos dejaremos seducir por el activismo estéril.
Danos orar siempre sin desfallecer. Soñamos esa síntesis armoniosa de amor y trabajo, distanciada, lo mismo de un aislamiento inoperante que de una actividad descontrolada. Queremos ser contemplativos en la acción, pues es la vida del glaciar la que origina la fecundidad del río.
Tú, Corazón siempre orante de Cristo, en el Huerto y la Cena, en los milagros, el desierto y la cruz. Tú, que pasabas las noches en la oración de Dios: enséñanos a orar, pues «más provecho se saca con hablar poco, si sale de corazón encendido, que con derramar palabras frías acá y acullá».
— L.: Corazón de Jesús, Hijo del Eterno Padre.
— T.: En Ti confiamos.
Día 21. Corazón de Jesús, ardiendo en nuestro amor.
Tú aborreces la tibieza y amenazas terriblemente a los que abandonan la primera caridad. Haz que nunca se entumezca nuestro espíritu. Que vi-vamos cada hora, sin regateos ni sisas, nuestras promesas de entrega total.
Tú nos hiciste un día abandonar todo lo que el mundo ofrece, sus «amorcejos» de tierra. No dejes que nos aprisionen ahora caprichos, imaginaciones, temores o desconfianzas. Enséñanos a «acabar de levantar el apetito de niñerías para no perder abundancia de espíritu».
Danos esfuerzo decidido en vencernos a nosotros mismos y un empeño viril de entrega. Danos la humildad que necesitamos para no cansarnos nunca de estar empezando siempre. Esta humildad que es «conocimiento verdaderísimo de nosotros mismos, por el cual nos despreciamos» y nos abandonamos confiados en Ti.
Concédenos, Señor, que aquellos hermosos sueños de vocación ilusionada que estremecieron nuestra juventud hasta hacernos dar el paso al frente no se hagan, en la vocación desengañada de cada día, triste sucesión de rapiñas en el holocausto.
Corazón de Jesús, que prometes que con Tu Amor las almas tibias se harán fervorosas y las fervorosas se elevarán rápidamente a cumbres de perfección. Haz que, sostenidos por Ti, corramos nuestra carrera sin cerrar jamás a Tus continuas llamadas la puerta de nuestro corazón. Haznos tender, «con todas nuestras fuerzas, a la propia santificación en la salvación de las almas, especialmente jóvenes».
— L.: Corazón de Jesús, Torrente de misericordia y de gracia.
— T.: En Ti confiamos.
Día 22. Corazón de Jesús, en Ti creemos sin haber visto.
Danos una fe que ilumine nuestra esperanza y encienda nuestra caridad. Una fe que nos haga vivir cada hora Tu presencia y Tu providencia. Vivir para lo invisible y futuro, en medio de lo visible y presente. Vivir para Ti dentro de nosotros mismos, en todo lo que nos rodea.
Te pedimos, Señor, la fe total, la fe viva que exige de nosotros María. Una creencia martirial en Tus grandes dogmas, bases de cristianismo, y en esas verdades sutiles y heroicas de Tus consejos. Creer hasta ser capaces de trasladar los montes. Creer «rasgando las apariencias de cosas, personas y acontecimientos, para descubrir en todo, en todos y siempre la realidad de un Dios, Padre Providente, que gobierna el mundo sirviéndose de sus criaturas».
Te creemos, Señor, pero ayuda nuestra fe. Haz que no sintamos jamás el escándalo de las infinitas locuras de Tu Cruz, demencia para los incrédulos, escándalo para los medio creyentes.
No nos asfixie nunca ni nos haga dudar la agonía del apóstol: vivir en el mundo sin ser del mundo. Voz que clama en el desierto con doctrina exigente. Vida siempre dispuesta a la persecución, odio, pobreza, muerte, ingratitud, ironía...
Contamos siempre con la seguridad imbatible de supervivir y de llegar a puerto con muchos. Sostenidos por el latido de Tu Corazón, cuando el nuestro se pare en el cansancio o en la muerte, nos eternizaremos en Tu Amor.
— L.: Corazón de Jesús, Esperanza de los que en Ti confían.
— T.: En Ti confiamos.
Día 23. Corazón de Jesús, Salvación de los que en Ti esperan.
Tú hiciste la más optimista invitación a la confianza, precisamente cuando hablabas a Tus apóstoles de soledad y de lucha.
Nuestros más entrañables planes de santidad o apostolado palidecen ante la inevitable realidad de nuestra nada, las propias y ajenas pequeñeces e incomprensiones. Somos abismo de debilidad, pero Tu Corazón es nuestra confianza.
Toda nuestra esperanza la ponemos en Ti solo. Nos prometes el ciento por uno. Nos hablas de «un más allá de toda esperanza». Tú tejes con Tu providencia, y para nuestro bien, la red de todos nuestros caminos.
Sabemos a Quién nos hemos entregado, de Quién nos fiamos, en Quién creemos. Da, Señor, que no haya encrucijada ni tiniebla capaz de arredramos. Enséñanos a repetir con San Juan de la Cruz: «¡Oh confianza! Alcanzas cuanto esperas».
Estemos siempre seguros de Ti por encima del temor y del dolor, porque, como Claudio de la Colombière, aguardamos de Tu Corazón esa misma esperanza inmutable. «Si Tú me has sacado del infierno, ¿cómo vas a dejarme en mis miserias y pecados?»
Serenos y humildes, sintiéndonos capaces de cualquier trabajo y renuncia, viviendo evangélicamente el día de hoy sin temer lo que nos depare el mañana, y seguros en Tu Corazón, piedra angular, Corazón de Cristo, en Quien confiamos. «Tanto Te agradas de la esperanza con que el alma siempre Te está mirando, sin poner en otra cosa los ojos, que es verdad decir que tanto alcanza cuanto espera».
— L.: Corazón de Jesús, Salvación de los que en Ti esperan.
— T.: En Ti confiamos.
Día 24. Jesús, paciente y humilde de Corazón, haz nuestro corazón semejante al Tuyo.
Tú lo dijiste: Por la paciencia poseeréis vuestras almas... Felices los pacientes, porque ellos poseerán la tierra...
Por la paciencia corremos a la santidad, pues «la paciencia perfecciona las obras». Y por la paciencia se salvan las almas. La conversión de un mahometano le costó a San Pedro Claver veintidós años de paciente espera. «Las cosas de Dios, cuanto más contradicciones sufren, mejor resultan, con tal de que no desfallezca nuestra resignación y confianza».
La paciencia no florece sin la humildad. Somos impacientes porque fallamos en humildad. Tu Corazón, saturado de oprobios, nos enseña un camino: amar la humillación, aceptar el desprecio, y nos da fuerza para seguirlo.
Un «punto de honra» es lo que nos detiene. Es el deseo de agradar, caer bien, gozar de prestigio. Es «cadena que no hay lima que la quiebre, si no es Dios con oración, y hacer mucho de nuestra parte». Y el demonio se empeña en hacernos «entender que es obligado tener ese apego al punto de honra».
Jesús, dulzura y sencillez, humildad y paciencia brotan de Tu Corazón. No las recibimos si no se cruzan dos miradas: la Tuya y la nuestra. En el cruce de estas dos miradas se zurce la trama de las santidades más estupendas, porque de Tus ojos brotan para el alma torrentes de gracia. El cruce de estas dos miradas se hace tejido bordando las entregas más generosas.
— L.: Jesús, paciente y humilde de Corazón.
— T.: Haz nuestro corazón semejante al Tuyo.
Día 25. Corazón de Jesús, Redentor misericordioso.
Tú viniste a inflamar en Tu amor la tierra. Lleno de compasión ante las masas, nos exhortas a pedir obreros para la mies.
Concédenos responder a Tu voluntad de conquistar todo el mundo, y a la prueba de amor que nos Pides de amar por Ti a nuestros hermanos. Enciende en nuestros corazones el celo sincero de las almas. No les cerremos las puertas de Tu gracia que has Puesto en nuestro corazón. El ejemplo de los hijos de las tinieblas urja nuestras jornadas, hasta desgastarnos, sin medirlo, en el trabajo por los hombres. Imprime Tu amor en nuestros corazones, y «sernos ha todo fácil, y obraremos muy en breve, y muy sin trabajo».
Haz que, sin traicionar a la verdad y sin perder nuestra sencillez evangélica, seamos hombres de eternidad en el tiempo. Haznos sentir y comprender al día, con celo inteligente y generoso, los problemas del mundo que hemos de salvar.
Líbranos de la sensación de haber llegado, de haber merecido. Llénanos, aun en nuestro otoño y nuestro invierno, de nuevas inquietudes y planes, y de comprensión alentadora para con los que vengan a recoger de nuestras manos la antorcha de Tu vigilia larga.
Concédenos entonces una muerte en pie de guerra, con la lámpara encendida, una muerte serena, sostenidos hasta el final por la esperanza de tener parte Contigo en la victoria como la tuvimos en los trabajos.
— L.: Corazón de Jesús ardiendo en nuestro amor.
— T.: Inflama nuestros corazones en los ardores del Tuyo.
Día 26. Corazón de Jesús. De Tu plenitud todos recibimos.
Tú quieres que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la Verdad. Por ellos Te ofreciste a Ti mismo, y enviaste a Tus apóstoles por todos los meridianos de la tierra.
Haz que nos sacuda Tu ardorosa súplica a Santa Margarita: «Llora y suspira de continuo por la Sangre que he derramado sin provecho». Que vivamos, en el puesto a que Tú nos destines, la urgencia misionera, el dolor y la vergüenza de que aún haya hombres que no han oído hablar de Ti, y reinos e islas en los que no se celebra Tu Sacrificio.
Concédenos que estén siempre presentes, en nuestro recuerdo y en nuestra oración, los misioneros, hermanos nuestros. Con el corazón a la intemperie, lejos de su cultura y de lo más querido, empujados por el soplo del Espíritu, hacen su guardia silenciosa en la primera línea, donde termina Tu luz y comienzan las sombras de la muerte.
Otórganos, Señor, al considerar cuánto es ignorado, menospreciado y blasfemado Tu Santo Nombre en ciudades y pueblos, «llorar Contigo, suplicándote remedies tanto mal». Al vernos tan ruines e imposibilitados de aprovechar en Tu servicio como quisiéramos, concédenos «determinarnos a hacer eso poquito que podemos: seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que podamos».
Pongamos los ojos en Tu Corazón crucificado y «se nos hará todo poco», dispuestos a «discurrir y hacer vida en cualquier parte del mundo y en cualquier género de actividad, donde se espera mayor servicio Tuyo y ayuda de las almas».
— L.: Corazón de Jesús, de Tu plenitud todos recibimos.
— T.: En Ti confiamos.
Día 27. Corazón de Jesús. Fuente de todo consuelo.
Tú vienes al mundo para hacer la voluntad del Padre. Es Tu manjar. Tú nos das fuerza y consuelo para cumplirla, haciendo lo que Él quiere y queriendo lo que Él va haciendo con nosotros.
Tu Corazón, Jesús, es manantial inagotable de misericordia. Pecadores, nos ofreces, sin cansarte, Tu perdón generoso. No te importan las miserias, lo que quieres es amor. No te importan las flaquezas, lo que quieres es confianza. Os pido—dices—que «tengáis confianza en Mí, cualquiera que sea el estado de vuestra alma. Acordaos de esto: Amé también a Judas»,
Tu Corazón abierto, Señor, es nuestro consuelo. Esperanza para los arrepentidos, compasión para cuantos Te invocan. Bueno con los que Te buscan. Delicioso para los que Te encuentran, y tan suave y condescendiente, tan amante, si reconocemos nuestra miseria. ¡Tan paternalmente maternal con nosotros!
Ayúdame, Señor. Quiero ser también Tu consuelo. Escoges almas para que vivan en íntima comunión Contigo. Quiero aceptar Tu invitación: «Ocúpate en Mi Amor, pues no hay ningún huérfano tan abandonado como Yo».
Danos fuerza para consolarte, haciendo siempre la voluntad del Padre, «teniendo la intención recta en todas nuestras acciones, enderezándolas a Ti, y pretendiendo en ellas sólo servir y complacer a Tu Divina Bondad».
—L.: Corazón de Jesús, Fuente de todo consuelo.
—T.: En Ti confiamos.
Día 28. Corazón de Jesús, Esperanza de los que en Ti mueren.
En tu despedida, anuncias a los apóstoles que vas a prepararles morada definitiva a Tu lado. Quieres que cuantos perseveren Contigo en las pruebas, Te acompañen también en Tu gloria.
Haz que el pensamiento de abrazarte para siempre en el eterno cara a cara de duración eterna, ilumine nuestras horas más grises. La realidad consoladora de un cielo que se acerca, aliente nuestra marcha peregrina, entre enemigos, por tierra de desierto, bajo sol abrasador.
Levanta, Señor, cada día, nuestro corazón al deseo de las cosas eternas. Enséñanos a aceptarlo todo para conquistar esa presencia y posesión eterna al romperse «la tela de ese dulce encuentro». Contigo para siempre, pues los sufrimientos de esta vida no pueden compararse con la gloria venidera que se nos revelará.
Corazón de Jesús, Tú prometes a Tus elegidos la gracia de la perseverancia final. Haznos fieles a través de los mayores vértigos, en las horas de mayor renuncia, y en los vacíos más aparentemente estériles. Fieles hasta el fin a Tu Iglesia, fieles a Tu Corazón, fieles a la vocación a que nos llamaste.
Enséñanos a «vivir en un acto de perfecto amor, como víctimas de holocausto a Tu Amor misericordioso..., hasta que, desvanecidas las sombras, Te podamos repetir nuestro amor, cara a cara, eternamente».
—L.: Corazón de Jesús, Esperanza de los que en Ti mueren
—T.: En Ti confiamos.
Día 29. Corazón de Jesús, Cabeza de la Iglesia.
Ha nacido de Tu costado abierto. Por ella somos miembros Tuyos, regados por Tu Sangre y vivificados por Tu Espíritu.
Haznos comprender y sentir el gran misterio encerrado en Ti y en Tu Iglesia. Misterio de unidad. Tú mismo, prolongado y extendido, eres la Iglesia. Ella, Cuerpo; Tú, Cabeza. Ella, nosotros, y Tú, el Cristo total.
Concédenos creer con fe viva que sólo a través de Tu Iglesia eres para nosotros Camino, Verdad y Vida, salvación y santificación. Interpretar auténticamente Tu Palabra, oral o escrita, sólo se lo confiaste a la Iglesia. «Si no tenemos a la Iglesia viva, en que Cristo pervive y se realiza sin interrupción, evangelios y cartas de los apóstoles serían para nosotros letra muerta. No creería en el Evangelio, si no me moviera a ello la autoridad de la Iglesia» (san Agustín).
Esta Iglesia que brota de Tu Corazón entreabierto, alumbra para nosotros los Sacramentos, que actualizan Tu Presencia, y nos comunican Tu Vida.
Este amor deslumbrado y gozoso a Tu Iglesia, nos lleve a sentir con ella. Nos haga hijos amantes e incondicionales de Tu Vicario, el Romano Pontífice; y respetuosos colaboradores de la Jerarquía. Nos incline a alabar reliquias de santos, todos los preceptos de Tu Iglesia, y amar su liturgia, pues «el más agradable a Dios de todos los servicios, es servir a Su dulce Esposa, la Iglesia».
Y otórganos, por último, Señor, ser insobornables y consecuentes con toda la tradición y virtualidad de su acervo doctrinal y de su estilo de acción, quemando en su servicio todas nuestras energías, dispuestos al supremo testimonio de la sangre.
Corazón de Jesús. «Por Tu amor, debemos apasionarnos por la Santa Iglesia». Te dejas traspasar el Corazón «para que, como por puerta abierta, los hombres se muevan a entrar por ella para mirar las hermosuras que contiene», una de ellas, Tu Iglesia. Concédenos revolotear con amor alrededor de Tus pies y manos en la Cruz, pero haznos anidar en Tu Corazón.
— L.: Corazón de Jesús, Cabeza de la Iglesia, majestad infinita.
— T.: En Ti confiamos.
Día 30. Corazón de Jesús, Principio y Fin, Alfa y Omega, Rey y centro de todos los corazones.
Aseguraste Tu triunfo a pesar de todos los enemigos. Prometiste reinar de un modo especial en nuestra Patria.
Urgidos por estas promesas, Te rogamos, Señor, por el Corazón Inmaculado de Tu Madre, Reina asunta, que venga a nosotros Tu Reino, que se encienda Tu día, que aceleres Tu triunfo espiritual y social sobre las naciones todas.
Queremos señalarnos en todo servicio Tuyo, Rey eterno y Señor universal. Por eso, sellamos el homenaje de amor y fidelidad que Te hemos venido testimoniando durante este mes. Hacemos nuestra oblación con Tu favor y ayuda, delante de Tu infinita Bondad y de Tu Madre gloriosa, que queremos, y deseamos, y es nuestra determinación deliberada consagrar nuestras vidas, no sólo en promesa, sino en dura realidad cotidiana, a implantar en nosotros y extender por la tierra el Reinado de Tu Corazón.
Nada podemos, pero confiamos en Ti. Somos Tu miseria, pero Tú serás nuestro Todo. Tu Corazón en la cruz está abierto, no traspasado. Así, el que entra, ya no puede salir y aprende a confiar. Para amarte, Señor, «para ser víctima de Tu Amor misericordioso, cuanto más débil y miserable sea uno, más idóneo es para recibir este amor que consume y transforma».
Corazón de Jesús. Acaba Tu mes. Haz que «nos quede impresa Tu grandísima hermosura». Enciérranos en Tu Corazón. Enséñanos a controlar imaginación o sensibilidad, a dominar los cambiantes estados de ánimo, para poder, con amor creciente, repetir siempre: «Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en Su comparación me pareciese bien, ni me ocupase» (santa Teresa).
Desde lo íntimo de nuestros corazones, desde este mundo en ruinas, sin norte y sin amor, clamamos por Tu Reino de Verdad y de Vida, de Santidad y de Gracia, de Justicia, de Amor y de Paz. Ven, Señor Jesús.
— L.: Corazón de Jesús, Rey y Centro de todos los corazones.
— T.: En Ti confiamos.